Jesús Alcoba, autor de Inspiración: la llama que enciende el alma

 

 

 

 

 

 

La creatividad es un concepto que, de significarlo casi todo, ha pasado a no significar apenas nada. Pese a los múltiples intentos de lograr un consenso en su definición, sigue sin saberse exactamente qué es, lo que se evidencia en su utilización en distintos ámbitos de las formas más variadas. Por ejemplo, todo el mundo convendría en afirmar que Leonardo da Vinci era creativo, pero también decimos que un meme de internet es una manifestación de creatividad. Cuesta creer que el mismo concepto pueda aplicarse a un genio del tamaño de Da Vinci y al mismo tiempo a una creación tan sumamente simple. Por otro lado, creativo también es un tipo de trabajo, pues así se llaman los profesionales que trabajan en agencias de publicidad. Y también es el resultado de ese trabajo, pues llamamos creatividades a las piezas que las agencias publicitarias y de comunicación generan. Por otro lado, en algunos sitios la creatividad se define como una forma de talento, en otros como una habilidad, y en muchos otros se considera un valor. Por último, tampoco se tiene claro cuáles son las diferencias entre creatividad, ingenio, inspiración o imaginación. En otras palabras, con el paso del tiempo la creatividad ha pasado a ser una idea con un poder explicativo tan grande y diverso que resulta sumamente difícil capturar su esencia para definirla. Y mucho más para generarla.

Por otro lado, la mayoría de los conceptos que se manejan hoy día sobre la creatividad datan del siglo pasado. Así pues, cuando hablamos de pensamiento lateral estamos citando a Edward de Bono, cuya obra fundamental se desarrolló en los años 60 y 70. Ken Robinson, autor de la charla TED más vista del mundo sobre creatividad, desarrolló gran parte de su pensamiento en los años 80. Y el design thinking, para muchos el icono de la modernidad en cuanto a generación de ideas, nació aproximadamente hace treinta años. Por tanto, no solo la definición de la creatividad y su lugar en el mundo resultan confusos, sino que los términos y técnicas que se utilizan para generarla nacen de conceptos que caminan hacia la obsolescencia.

Sin embargo, el mundo necesita ideas. Quizá más que nunca. En primer lugar, porque en un contexto bombardeado por contenido prefabricado, donde se copia más de lo que se produce, donde los clientes tienden a comprar casi solamente aquello que se les recomienda, y donde las marcas prefieren resucitar productos o contenidos que han sido exitosos en el pasado antes de crear algo nuevo, la aparición de ideas realmente originales comienza a ser más la excepción que la norma. Por otro lado, mientras que la innovación sea la fuerza transformacional preeminente, las empresas y organizaciones de todo tipo seguirán buscando ideas para alimentar sus ciclos de crecimiento. Por último, y no menos importante, las personas necesitan seguir encontrándose en su día a día con ideas nuevas, frescas y diferentes, con ese tipo de ideas que hacen que el mundo sea realmente interesante.

La creatividad tiene que ser necesariamente creativa. En ese sentido, un efecto secundario potencialmente nocivo de la investigación de la segunda mitad del siglo pasado sobre este fenómeno fue creer que se había llegado a descifrar sus claves y que, por tanto, ya se sabía todo lo que hacía falta para provocarla. Sin embargo, con independencia de lo más o menos acertadas que fueran aquellas intuiciones, lo que parece claro es que el mundo avanza y que, conforme las personas cambian y la sociedad cambia, los procesos creativos también se ven alterados.

En primer lugar, porque los elementos que tienen los creadores a su alrededor son diferentes, a veces de una manera radical. Por ejemplo, es muy evidente que disponer de herramientas digitales puede alterar de manera altamente significativa la forma en que los artistas visuales trabajan (y no necesariamente para mejorarla). Por otro, las audiencias también son distintas y, conforme el tiempo pasa, aprecian las creaciones de otra manera y buscan sorprenderse e interactuar de formas nuevas. Incluso un recorrido superficial por la historia del ingenio humano revelaría que las condiciones en las que ocurren los procesos creativos han cambiado sustancialmente, tanto por el contexto de creación como por el perfil de la audiencia.

El acto creativo es, a la vez, causa y consecuencia de la evolución de la sociedad y la cultura. Por tanto, que el mundo evoluciona y que los procesos creativos son dinámicos a través del tiempo son afirmaciones igualmente ciertas e igualmente interdependientes. Así pues, aferrarse a técnicas del pasado o a concepciones ingeniadas hace décadas puede resultar tan ingenuo como improductivo.

Uno de los grandes problemas que enfrentará la humanidad en las próximas décadas es cómo seguir inyectando creatividad en medio de una tormenta digital perfecta en la que los algoritmos parecen poder hacer casi de todo, incluyendo imitar o simular lo ya creado. Cómo proponer ideas frescas, originales y nuevas más allá de lo mil veces replicado, de lo superficial y prefabricado, de las recomendaciones algorítmicas carentes de sustancia que a cualquier ciudadano de un país llamado desarrollado le llegan por oleadas a diario. El gran reto consiste en realimentar la creatividad en una época en la que es quizá más necesaria que nunca, que es, al tiempo un momento en el que, en realidad, se sabe poco de cómo interactúa con las nuevas herramientas y audiencias. El gran desafío es reinventar el ingenio para seguir generando ideas que permitan disfrutar de una vida creativa más allá del aluvión digital. La gran pregunta es cómo hacerlo.

Artículo publicado en la revista Idosincrasia, editada por Laura Nieto y Rebecca Carrillo, estudiantes de Educación Transmedia en el Grado en Diseño y gestión de proyectos transmedia.